Descubrimos que todos estamos resentidos desde el inicio de nuestra vida; resentidos con nuestros padres,  maestros y demás personas que influyeron en nuestra crianza. Pero el más grande resentimiento es con nosotros mismos, de allí procede el que pensemos, sintamos y actuemos en forma violenta y negativa, por eso juzgamos, criticamos, agredimos, nos burlamos, nos aislamos, nos prevenimos haciendo de nuestro interior un caos que se refleja en nuestro permanente descontrol, opacando lo positivo y bello que hay en cada uno de nosotros.

Miremos entonces por qué estamos resentidos desde el inicio de nuestras vidas: desde que somos niños la represión de ciertas conductas, que desde su miedo nos hacen los adultos, producen en nosotros estados de ansiedad infantil y la necesidad de enmarcarla. Se nos niega el derecho a expresar emociones como la rabia, la tristeza, el miedo, la alegría y entonces tomamos dos caminos de salida.

1. Nos volvemos bloqueadores de nuestras propias emociones y las destinamos a satisfacer las necesidades de los otros. Es decir, dejamos de SER por HACER, en busca de aceptación y reconocimiento.

2. Nos volvemos rebeldes incontrolables, atacando todo lo que se oponga, como exigiendo que se nos respete el derecho de expresión.

Es siguiendo estos dos caminos como llegamos a adultos, enfermos de resentimientos, porque nos hemos pasado desempeñando la función de un péndulo que oscila entre el miedo y la rabia.
Miedo a no ser aceptados y rabia por no ser aceptados.
Es esta ira no manifestada y almacenada en el saco del pasado la que se va fermentando hasta volverse resentimiento. En la medida que las actitudes de los otros no coincidan con mis expectativas, surge la frustración y se desencadena la ira, pero no como destrucción de mi energía nociva, sino como agresión hacia el otro.
Son también todos aquellos ciclos inacabados en nuestra niñez, los que nos llenan de resentimientos. Como no recibimos el amor, la aceptación, la tolerancia y el respeto que necesitábamos cuando niños, seguimos buscando quien nos llene esos vacíos, quien acabe esos ciclos inconclusos, y como nadie puede hacerlo por nosotros, continuamos resentidos. De allí que si continúo haciendo lo que siempre he hecho, continuo recibiendo lo que siempre he hecho, continuó recibiendo lo que siempre he recibido.
Por eso en el fondo de un ser resentido, sólo hay un niño reprimido, dolido y enfadado con el pasado y por lo tanto encadenado a él con un gancho más fuerte que el acero, llamado resentimiento, el cual solo puede abrirse con una herramienta llamada perdón.

¿Por qué se nos dificulta dejar el resentimiento? 

Porque a lo largo de nuestras vidas, siempre hemos esperado que sean los demás quienes cambien y suplan nuestras carencias para vivir felices. Es decir, porque no hemos querido aceptar que tenemos que entrar en nuestro interior, detectar nuestros propios vacíos, no culpar a nadie por ellos y mucho menos esperar llenarlos desde afuera, sino proseguir el camino de nuestro propio crecimiento, camino que nadie podrá caminar por nosotros.


¿Qué es perdón? 

Es una decisión; decido ir a mi interior, más allá de mis vacíos, traumas, miedos, inseguridades y errores. Al perdonar elijo ver al otro como un ser equivocado que también tiene dignidad y necesidad de RESPETO Y AMOR.

Fuente: Reuniones OA (Anónimo – Medellín.)