sábado, 24 de mayo de 2014
"Haría cualquier cosa por ti, si me lo pidieras". ¿Quién no ha dicho esta frase alguna vez en su vida, bajo el efecto hipnótico del enamoramiento? ¿Y cuántos no se han arrepentido luego? Amor sin límites, sin condicionamientos, libre de pecado y más allá del bien y del mal. Existir para el otro, vivir para el amor, consagrarse a él y realizarse por medio suyo, junto a la persona amada.
Y si eres mujer, la cosa es peor: "Estás hecha para amar", afirmaban sin pudor pensadores de la talla de Rousseau y Balzac.
Amar hasta reventar, hasta agotar reservas, hasta "morir de amor", como cantaba Charles Aznavour. Romanticismo a ultranza, descarado, febril, ilimitado, que todo lo justifica, hecho para valientes, para quienes están dispuestos a entregarse hasta la médula y sin recato, no importan las consecuencias. La consigna del amor irracional es terminante: si no hay abdicación del yo, si la subordinación al amor no es radical, entonces ese amor no es verdadero.
Sacrificio y amor van de la mano, dice la sabiduría popular, porque así fue concebido por la civilización desde los comienzos. ¿Que ya está pasado de moda, que el postmodernismo ha erradicado totalmente tal concepción? Lo dudo. Pienso que la exigencia de un amor irrevocable y sometido al otro sigue tan vigente como antes, aunque más solapado y maquillado por las reivindicaciones y conquistas sociales, sobre todo las feministas.
Obviamente no se trata de vivir sin amor y negar el hecho de que en algunas relaciones, tal como decía Roland Barthes en su libro Fragmentos para un discurso amoroso, arder es mejor que durar. Nadie desdeña la experiencia amorosa en sí misma, sino las terribles secuelas de su idealización sin fronteras. Los mitos, en psicología cognitiva, son ideales inalcanzables, salidos de toda posibilidad y anclados en un deber ser definitivamente contraproducente y sin sentido.
No se trata de destruir el amor, sino de reubicarlo, ponerlo en su sitio, acomodarlo a una vida digna, más pragmática e inteligente. Un amor justo y placentero que no implique la autodestrucción de la propia esencia, ni que excluya de raíz nuestros proyectos de vida. El amor no lo justifica todo, no es Dios, aunque hayamos establecido esa correlación a través de los tiempos.
¿Por qué no lo deja, señora? ¿Por qué no se salva y escapa a la indiferencia y el maltrato psicológico que la están destruyendo? ¿Por qué sigue ahí, si sabe que él la engaña con otra mujer? La respuesta es patética: "No puedo, lo amo".
Si el amor, en cualquiera de sus formas, se nos presenta como la máxima aspiración de vida, no podremos vivir sin él y haremos cualquier cosa para obtenerlo y retenerlo, independiente de los traumas que pueda ocasionar.
Se supone que no hay amor auténtico sin dimisión absoluta. Amor estoico, dispuesto a todo, cuanto más insensato, mejor.
Amor en cantidades apabullantes, desmedido, ahogarnos en él hasta perder el sentido de la proporción y de la propia vida. ¿Acaso no se trata de eso? ¿Acaso el amor no es lo más sustancial?, gritan a los cuatro vientos los enamorados del amor. Pues no: el culto al sacrificio sentimental ilimitado es una epidemia que aniquila vidas y al cual nos sometemos inexplicable y embelesadamente como ovejas al matadero.
Cuando alguien agobiado por la presión del otro y "limitado en sus libertades básicas dice sinceramente: Me cansé, hay que prepararse, porque ha empezado la" transformación, un nuevo ser está en marcha.
Aunque en la actualidad, tal como afirmé antes, los valores de realización personal e independencia han comenzado a instalarse en la mente femenina, el paradigma de la renuncia de sí o el ser para el otro, como afirmaba Simone de Beauvoir en el segundo sexo, siguen ejerciendo un peso considerable en la manera de pensar de millones "de mujeres en todo el mundo. La idea de que ellas son el pilar de la familia y que, por tanto, deben estar dispuestas a hacer cualquier tipo de sacrificio para defender la unidad y felicidad del grupo familiar es similar a la del soldado que muere por una causa o el hombre que lo hace por el honor Valores que son antivalores: el deber de la despersonalización que se sustenta en la sacralización de un amor desmedido. No importa que debas sacrificar estudios, profesión, vida social y hasta las ganas de vivir: si te deprimes en nombre del amor, esa depresión será santificada.
Según esta filosofía amorosa insensata, es apenas natural que los condicionamientos sociales pongan a tambalear cualquier tipo de autonomía. Una de mis pacientes, una abogada prestigiosa que llevaba casada doce años, me aseguraba que sólo podía sentirse realizada cuando su "esposo estaba alegre y contento: Si él está bien, yo estoy bien, es así de sencillo. Sólo quiero verlo feliz. Cuando le" pregunté por sus necesidades, me respondió:"Verlo bien...". Cuando insistí sobre qué cosa la hacía feliz a ella independiente de él, me respondió:"Hacerlo feliz. No quiero otra cosa". La repetición mecanizada de la adicción, perseverar en un amor que se recrea a sí mismo en el otro.
Ya no había lugar en su mente para que entrara información discrepante. Su bienestar había quedado, por obra y gracia de un amor totalitario, indisolublemente ligado al estado de ánimo de su pareja: "Tu felicidad es la mía".
Recuerdo una canción de Bryan Adams, "Todo lo que hago lo hago por ti", que dice en una sus estrofas:
Tómame como soy, toma mi vida Daría todo lo que pudiera sacrificar No me digas que no vale la pena No lo puedo evitar, no hay nada que quiera más Sabes que es así Todo lo que hago, lo hago por ti.
En una relación convencional, bajo el amparo de la tradición sentimentalista y el espíritu de sacrificio, los intereses personales caducan y vivir para el otro se convierte en mandato. Amor heroico, inmolación de la propia identidad, que las abuelitas en su sabiduría llamaban la cruz del matrimonio. En los amores enfermizos, cuya norma es la dependencia y la entrega oficial sin miramientos, el desinterés por uno mismo se convierte en imperativo. Toda forma de independencia es sospechosa de egoísmo, mientras el desprendimiento y el altruismo relamido son considerados un acercamiento al cielo y un pasaporte a la salvación. No sólo hay que vivir para el prójimo, sino también, legal y moralmente, para la persona que supuestamente amamos, sin excepciones.
Dicho de otra forma: la propuesta afectiva implícita que aún persiste en la mayoría de las culturas amantes del amor desesperado, inclusive en muchas de las llamadas culturas liberadas o liberales, sigue siendo la misma que ha caracterizado la historia del amor desde sus comienzos: Amar es dejar de ser uno mismo. No se trata de vincularse en libertad, sino de desaparecer en el ser amado. Pura absorción.
Si suponemos que el amor de pareja no tiene límites, si hacemos de la abnegación una forma de vida, es apenas natural que no sepamos cómo reaccionar ante cualquier situación afectiva que nos hiera o degrade. Una vez pasamos el límite de los principios, devolverse no es tan fácil porque ya estamos enredados en la maraña de sentimientos que hemos fabricado y en los deberes que hemos asumido.
¿Qué se supone que deberíamos hacer cuando la persona que amamos viola nuestros derechos? Si el costo de amar a nuestra pareja es renunciar a los proyectos de vida en los cuales estamos implicados, ¿habrá que seguir amando? Y si no podemos dejar de amar, ¿habrá que seguir alimentado el vínculo?
Se me dirá que cualquier relación de pareja requiere de aceptación y que la convivencia afectiva implica renunciar a ciertas cosas. Vale. Es apenas obvio que para estar en pareja hay que negociar muchas cosas, sin embargo, el problema surge cuando la supuesta negociación excede los límites de lo razonable, es decir, cuando afecta directamente la valía personal o cuando los "pactos de convivencia" fomentan la destrucción de alguno de los miembros. El ágape (compasión) también tiene sus contraindicaciones. Ante un bebé o una persona gravemente incapacitada es natural no esperar nada a cambio. Nadie niega que haya momentos en los que el yo pase a un segundo plano, pero si esta ayuda se lleva a cabo de una manera compulsiva, maternal o paternalista, habremos entrado al terrible mundo de la codependencia.
Acoplarse a las exigencias razonables de cualquier relación afectiva, acercarse al otro sin perder la propia esencia, amar sin dejar de quererse a sí mismo, requiere de una revolución personal, de cierta dosis de subversión amorosa que permita cambiar el paradigma tradicional del culto al sacrificio irracional por un nuevo esquema en el que el auto-respeto ocupe el papel central. ¿Amar con reservas? Sí, con la firme convicción de que amarte no implica negociar mis principios.
Donde hay juegos de poder o relaciones de dominancia se necesita la política. Platón definía la política como el arte de vivir en sociedad. El amor de pareja es una comunidad de dos, donde nos asociamos para vivir de acuerdo con unos fines e intereses compartidos. La regulación de la lucha por el poder en la pareja, que puede ser implícita o explícita, del manejo de los conflictos interpersonales es pura política. Mandar y obedecer, rebelarse y desobedecer, golpes de estado de puertas para adentro: las feministas dicen que lo privado también es política. ¡Cuánta razón tienen!
Tomado del libro Los Límites del Amor. Walter Riso
Posted on 12:00:00 a.m. by Unknown
Patrones de la codependencia
PATRONES DE LA NEGACIÓN: Tengo dificultad para identificar lo que siento Minimizo, modifico o niego lo que siento realmente Me percibo como una persona totalmente desinteresada y dedicada al bienestar de los demás. PATRONES DE BAJA AUTOESTIMA: Tengo dificultad para tomar decisiones Juzgo duramente todo lo que pienso, digo o hago como algo que no es “lo suficientemente bueno” Me siento avergonzado al recibir reconocimiento, elogios o regalos No le pido a los demás que satisfagan mis necesidades o deseos Valoro más la aprobación que me dan los demás por mi comportamiento, ideas y sentimientos que la que me doy yo mismo. No me percibo como una persona valiosa o digna de recibir amor PATRONES DE CONFORMIDAD: Actúo en contra de mis valores e integridad para evitar el enojo o el rechazo de otras personas Soy extremadamente sensible a los sentimientos de los demás y les incorporo como propios Soy sumamente leal y permanezco en situaciones dañinas demasiado tiempo Le doy más valor a las opiniones y los sentimientos de los demás que a los mios y frecuentemente temo expresar mis opiniones y sentimientos cuando difieren de los de los demás Dejo a un lado mis propios intereses y pasatiempos para hacer lo que otros desean hacer Acepto una relación sexual como un substituto del amor PATRONES DE CONTROL: Creo que la mayoría de la gente no es capaz de cuidarse a sí misma Trato de convencer a los demás de lo que deben pensar o sentir Me resiento cuando los demás no me dejan ayudarlos Ofrezco consejos y orientación a los demás, sin que se me pida Me desvivo por hacer regalos y favores a quienes quiero Utilizo el sexo para ganar aprobación y aceptación Tengo que sentir que “me necesitan” a fin de tener una relación con los demás
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